La creencia en fuerzas y seres sobrenaturales que
controlan la naturaleza probablemente sea tan antigua como la humanidad, y casi
tan antigua como la creencia en los dioses son prácticas de la religión: el
culto y el rito, es decir, la adoración y los actos de devoción ejecutados por
los adoradores, y los mitos religiosos, las ideas acerca de los dioses contadas
en forma de relato como parte de la actividad ritual.[1]
La arqueología revela que los habitantes de Creta, las demás islas, y la Grecia
continental durante la Edad del Bronce no se diferenciaban de las demás
culturas agrícolas. Honraban a sus dioses con procesiones, músicas y danzas, y
procuraban propiciárselos con ofrendas y sacrificios. La matanza de animales en
altares al aire libre constituía el rito más solemne.[2]
Las figuras de diosas representadas en el arte minoico
micénico fueron identificadas inicialmente con representaciones de una única
diosa madre, pan egea, que reinaba
sobre toda la naturaleza.
Suele creerse que algunos de los dioses adorados por
los micénicos, y en particular las diosas “señoras”, son de origen pre-griego,
y las divinidades, ritos y creencias de los micénicos fueron fruto de la fusión
entre las religiones matriarcales y de la fertilidad egeas y el culto de los
dioses del cielo y de las tormentas de los indoeuropeos.[3]
Los rasgos básicos del culto griego son que eran
politeístas, es decir, la adoración de numerosos dioses y diosas. Nunca
desarrolló doctrinas o creencias obligatorias. En Grecia coexistieron ideas
distintas, y a veces contradictorias, acerca de los dioses.
El poema de Hesíodo titulado la Teogonía constituía la versión autorizada de los comienzos del
universo y de la historia de los dioses hasta que Zeus y los demás dioses
“olímpicos” alcanzaron la supremacía.